UN EDÉN DE MARAVILLAS
Hay lugares que mantienen su esencia con el paso de los años y otros que caen en el olvido o que simplemente desaparecen. El centro histórico de Quito es, en ese sentido, un lugar bien ecléctico. En él conviven locales que mantienen su estética y su oferta gastronómica como si fuera el primer día y otros intentan modernizarse para atraer tanto al turista como al visitante local.
Yo no soy de Quito, pero conocía la historia de la cafetería Meneses y sabía que, tras 50 años de atención al público era considerada uno de los lugares más emblemáticos de la ciudad. Supe también que había cerrado después o durante la pandemia y que el negocio ahora le pertenecía a otra familia que acababa de reabrir el local.
Fui a curiosear dando por hecho que me encontraría algo de aquella aura retro tan característica de la antigua cafetería y me encontré algo tan sorprendente como decepcionante. Pido disculpas de antemano por si esta opinión sincera ofende a alguien. No es mi intención.
En resumen: lo que antes fue la Cafetería Meneses e Hijos es hoy un restaurante estilo diner americano. Sus paredes, antes ocres, son hoy de color azul eléctrico y están cubiertas con letreros de lata de Coca-Cola, placas gringas y una buena variedad de elementos decorativos producidos en masa que juegan a parecer vintage. La iluminación tenue se ha sustituido por una cantidad desproporcionada de focos blancos que hace que todo brille; los antiguos asientos azules son ahora rojos y blancos y están montados sobre un piso de baldosas blancas y negras. Sintetizando: donde una vez hubo un lugar con identidad propia hoy hay una hamburguesería genérica, un copy-paste de alguna película gringa que reside en el imaginario colectivo, con la salvedad de que, al no tener historia propia, se ve como un pastiche mal ejecutado.
Hay quien dirá: ‘’Los tiempos cambian’’ (‘’lis timpis kimbiin’’). Sí, seguro. Pero no basta con aceptar cualquier cambio de manera acrítica. Hay cambios respetuosos con el pasado y hay también grandes cagadas. Enormes cagadas. Es cierto que la cafetería necesitaba un lavado de cara y tal vez un poco más de cariño en la producción del espacio, pero tenía mucho potencial y mucho que valía la pena mantener. Y de eso ya no queda nada más que una mesa común en forma de S. Bueno, eso y algún que otro plato típico camuflado entre hamburguesas.
No creo que la ciudad necesite más diners americanos. Ojo, no tengo nada en contra de su existencia y creo que cualquier proyecto bien ejecutado puede funcionar. Pero, como este no es precisamente el caso, podemos rescatar algo positivo de la experiencia y aprovechar la ocasión para preguntarnos: ¿Es el Centro Histórico de Quito —mostrador para el turismo nacional e internacional— el lugar apropiado para hacer una reforma de esas características? ¿Es legítimo sepultar años de tradición para importar sin criterio alguno un concepto tan gastado como el de un local de hamburguesas? ¿Qué aporta este tipo de intervenciones a la construcción de una identidad cultural y gastronómica sólida?
El Centro Histórico tiene un potencial increíble para repensar la manera en la que el quiteño se relaciona con el espacio público y con su tradición. Tiene plazas, calles peatonales y una historia, una estética y una arquitectura sin comparación. A veces me da la impresión que el quiteño promedio dice con mucha facilidad Lindo Quito de mi vida pero luego en la práctica no es especialmente cariñoso con su ciudad. No cuida sus espacios, no explora sus barrios y sus tradiciones y sobre todo evita soñar con un futuro mejor. He notado una tendencia a ver ciertas ciudades extranjeras como lugares aspiracionales y a pensar que la capital ecuatoriana no puede cambiar a mejor o que aquí las cosas bonitas son solo accesibles a unos pocos o que simplemente no funcionan.
Pensemos por un momento, ¿por qué decimos que Quito es lindo? ¿Qué es lo que nos hace sentir en casa? ¿Qué valoramos de otros lugares y cómo podemos adaptarlo a nuestras costumbres? Respecto a lo que no nos gusta, ¿cuál es el motivo? ¿Cuál podría ser el primer paso para cambiar la situación? ¿Cómo puede uno contribuir desde su trinchera?
Alguna vez escuché decir que ‘’no se puede amar lo que no se conoce, ni defender lo que no se ama’’. No sé de quién será la frase y la verdad es que me parece una falacia. Pero a pesar ello me resulta útil para tirar del hilo en esta ocasión.
Hay muchos espacios de la ciudad que merecen ser conocidos y rescatados y el Centro Histórico es uno de ellos. La parte buena es que no faltan iniciativas y que el crecimiento de la oferta cultural y gastronómica de la ciudad ha sido exponencial en los últimos años. Uno de los objetivos de este proyecto es precisamente dar a conocer lugares, tradiciones y costumbres que no gozan del público que se merece y por esto quisiera cerrar el texto hablando de una cafetería que contrarresta la experiencia del inicio.
La Cafetería y Heladería Caribe lleva abierta al público más de 70 años. Tiene varios espacios pero para mí el más bonito es el de la entrada principal, que cuenta con dos alturas y unas mesas color crema desde las que puedes ver la calle, el ajetreo del local y los platos entrando y saliendo de la cocina.
Cuando fui, la fila para comprar helados daba la vuelta a la esquina. Algunos pedían para llevar y otros se quedaban conversando en el local. Había clientes de toda clase, desde turistas hasta gente mayor que parecía haber frecuentado el local toda la vida. La carta es variada y versátil para distintos momentos del día pero, si tuviera que destacar algo, sería el seco de chivo.
La Cafetería y Heladería Caribe no es perfecta, pero tiene encanto, historia y tradición y es sin duda uno de los lugares sin los cuales es imposible pensar el Centro Histórico de Quito. Es un espacio que hace que el barrio mantenga una vida y una esencia local que merecen ser celebradas y compartidas.
Merece la pena visitar este tipo de lugares para conocer lo que es propio de esta ciudad y valorarla por aquellos elementos intrínsecos a su cultura; ya que son estos factores y no otros los que hacen que cada lugar sea único en el mundo. Y Quito no es, en absoluto, un Edén de Maravillas. Pero podría fácilmente serlo porque tiene todos los recursos para lograrlo. Y eso es un gran punto de partida.