Érase una vez una hueca en un espacio-tiempo desconocido, una hueca impredecible. Una hueca de sabores que dejaban huella en todos los paladares y cuyo horario de apertura era —y sigue siendo— indescifrable.

Hace años viví en la Floresta, cerca del redondel de la calle Madrid. En toda esa zona es fácil encontrar huecas y puestos callejeros de esos que te alegran el camino de regreso a casa cuando sales de la oficina. Hace unos días, recordaba con especial cariño un lugar cuya especialidad eran los muchines de yuca; aunque no sabía el nombre, mi memoria me decía que abría por las tardes, sobre las 5 o las 6, cuando empieza a caer el sol. No tenía la menor idea de cómo se llamaba ni de la ubicación exacta pero sabía que el lugar en cuestión consistía simplemente de una cocinita abierta, dos barras y un par de mesas. Aun sabiendo que un porcentaje considerable de las huecas de esta ciudad responden a las mismas características, emprendimos la búsqueda. Y encontramos la hueca. Pero estaba cerrada, así que escogimos otro horario y volvimos otro día. Pero nos encontramos la misma persiana bajada. Y lo mismo pasó en la tercera visita ¿Qué hacer? ¿A quién recurrir? Ya estábamos empezando a dudar si el negocio seguía funcionando o si estábamos en el lugar correcto. Pero no nos dimos por vencidas y, encomendándonos a San Google y descubrimos que, en efecto, tiene un nombre y un horario oficial.