La vida del adulto responsable a veces resulta complicada; cuanto mayor se hace uno, peor son los chuchaquis. Uno no siempre puede beber todo cuanto quisiera y por eso debe seleccionar cuidadosamente las invitaciones que recibe.
Cuando unos amigos me propusieron ir a tomar algo a Plural, lo primero que pensé fue que al día siguiente tenía que madrugar. Pero como la hora propuesta era las cinco de la tarde, asumí el riesgo diciéndome a mí misma que podía irme a dormir temprano y aún así mantenerme enteramente funcional al día siguiente.
Llegamos. Acaban de abrir. José Xavier nos atiende y nos invita a tomar asiento mientras nos pregunta si le habíamos visitado antes. No, era la primera vez. Pero nada más entrar veo que el mismo espacio delata cuáles son las prioridades de este proyecto: la cocina y la barra ocupan la mitad del local, que es pequeño y está todo reservado. Aquí la cosa no va de excesos o de volumen, sino de delicadeza, cariño y atención personalizada.
Nos comentan que la especialidad de la casa son los pet-nats, abreviación de Pétillant Naturel. Jose Xavier repara nuestra ignorancia explicando que se trata de bebidas fermentadas sin alcohol y gasificadas naturalmente. La primera fermentación es espontánea, en contacto con el aire, y la segunda tiene lugar en la botella durante el proceso de maduración, que dura unos seis meses y es la que produce el gas. Como base para la primera fermentación utilizan infusiones de hierbas, frutas y especias locales; el resultado es una bebida que recuerda a la kombucha, pero mucho más aromática y compleja, al mismo tiempo que sutil y fácil de tomar. Nos hace un recorrido también por las distintas variedades que tienen disponibles, sus cocteles y su pequeña pero cuidada selección de cervezas e hidromieles locales. Pedimos la primera botella.
Y queremos saber más. Nos comentan que, a parte de las variedades que tienen en carta, es habitual encontrar especiales de temporada porque siempre están jugando con nuevos sabores e ideas, como por ejemplo un cold brew en colaboración con vecinos cafeteros de Broz. Lo mismo sucede con la cocina, que tiene como especial de la semana un tigrillo bullabés con fondo de mariscos y chancho de proteína principal. Por si fuera poco, el plato que nos ofrecen es el último que queda disponible… ¿Quieren algo de comer? Mientras pienso que, en realidad, hambre no tengo, miro a mis comensales con una media sonrisa para que algún valiente tome la iniciativa por mí. Nos aseguramos el último tigrillo y añadimos un kimchiz.
Llega la comida y, ahora que la cosa se pone seria, decidimos pasarnos a los cocteles. Yo quiero un Lacto Martínez. ¿Sucio? Por favor. Me llega un martini secularizado con una alcaparra de penco encurtida en vinagre casero. Ahí me doy cuenta de que llevamos ya un par de horas bebiendo en el local y estoy como una rosa. Qué extraña y agradable sensación de disfrutar de bebidas complejas sin tener que renunciar a la conciencia de uno mismo.
Ya se hace tarde y decidimos hacer una última ronda de pet-nats. Sobre la mesa sale una pregunta que llama mi atención: ¿qué postre nos recomiendas para acompañar esta bebida? Y ahí fue cuando me di cuenta de que, en Plural, todo gira en torno a la bebida1. Uno escoge qué beber y luego piensa si quiere comer algo para acompañar. Es un maridaje a la inversa en el que la bebida lleva la voz cantante y la comida completa la experiencia. Y lo más sorprendente de todo: el alcohol no siempre es un requisito.
UBICACIÓN
Ruiz de Castilla y Lorenzo de Aldana
RANGO DE PRECIOS
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