Estoy convencida de que la fórmula perfecta para ofrecer platos correctos es fusionar la técnica con el sabor. Y Negrita corre con ventaja en este campo al ser una pareja de chefs que, gracias a las raíces de cada uno, tienen en sus venas la técnica de la cocina francesa y el sabor de la cocina manaba. Cuando me contaron sobre este restaurante me invadieron la curiosidad y las ganas, así que no me demoré en ir a visitarlos.

Negrita está en la Juan de Dios Martínez, en el sector de la Guangüiltagua. Es un restaurante pequeño y acogedor, con una cocina abierta que permite ver cómo trabajan en la preparación de sus platos y escuchar cómo cantan las comandas, cosa que para mí es como música para los oídos.

Cuando visito un restaurante normalmente investigo un poco, reviso su propuesta y a veces escucho comentarios de otras personas que ya han ido antes. No quiero generar un prejuicio antes de probar su comida, sino que uso esta información como fuente de referencia para tomar en cuenta detalles que pueden pasar desapercibidos, tanto para bien como para mal. En este caso, Negrita era para mí un total desconocido del que solo tuve una recomendación que mucha pista no me daba: “A mí me invitó a comer el embajador de Francia en Ecuador y la verdad me sorprendí con su comida. Anda y cuéntame qué te parece”.

Llegué sin mayor conocimiento de su propuesta a excepción de que se trataba de una fusión francesa-manaba. Cuando me entregaron la carta y vi que tenían servicio de brunch, me arrepentí de no haber ido más temprano para disfrutarlo (una deuda que pronto saldaré por el fanatismo loco que tengo por el buen concepto de brunch). 

Pedí tonga y colonche. La tonga es un plato sencillo, pero su historia me encanta, así que lo pedí porque soy una romántica y pensar que esa era la manera en la que mandaban el ‘lunch’ para poder comer después de las largas horas de trabajo me parece algo tan ingenioso que me imagino a la señora manaba diciendo a su marido: “Mijo, ahí le mando bien envuelto su arrocito con gallina y maduro” (soy demasiado serrana para imaginar cómo habla una manaba, así que sabrán perdonar). Y el colonche lo pedí porque nunca lo había probado y, ¿qué puede salir mal de un plato de patacones mezclado con camarones en salsa de maní? Nada.

Mientras esperaba que llegaran mis platos, me pasaron un amuse bouche y, con ese detalle, Negrita poco a poco iba ganándose mi corazón. Llegó la tonga a la mesa con su característica hoja de atzera para no perder la tradición del envuelto. Arroz, cocolón, camarones salteados con salsa de maní y coco, y cromesquis de maduro, una versión de croquetas muy cremosas de maduro y polvo de chincho. Tenía cierto recelo al pedirlo porque el cocolón a veces puede ser un poco molesto de comer para mí; hay veces que esos granos de arroz crocantes se vuelven una tortura al morder. Se me hace difícil describir este cocolón, pero quizá podría compararlo con un arroz inflado, donde el crocante está presente pero al mismo es tan fácil de masticar que el trac, trac, trac de cada grano al romperse se convierte en un ritmo de disfrute en cada cucharada.

Llegó el colonche y con él mi curiosidad por probarlo por primera vez. Trozos de patacón con camarón y pescado en salsa de maní: así de sencillo. Desde el primer bocado hasta el último del colonche, los patacones se mantuvieron crujientes y no perdieron esa característica a pesar de la generosa cantidad de salsa que cubría al pescado y camarón. Quien me conoce sabe que empiezo a bailar cuando la comida me hace feliz y, con un sutil movimiento de hombros y cintura, me di cuenta de que la felicidad bajaba por mi panza.

Y esa felicidad llega a mi barriga cuando la comida es sencilla, cuando el producto es tratado con respeto, cuando la técnica manejada es correcta y cuando el sabor es fiel a nuestra tradición. Me quedo con esa deuda pendiente de visitar Negrita a la hora del brunch y espero poder decir, al igual que con esta visita, que mis hombros y cintura pudieron bailar.

UBICACIÓN

Juan de Dios Martínez Mera 36-156

RANGO DE PRECIOS

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